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Compra arte que enamore
Es curioso como los seres humanos estamos llenos de contradicciones. De pequeño, tuve la feliz idea de sacar del acuario a mi pez, lo hice para jugar con él en la poceta del patio de casa. Con aquel pequeño animal inmóvil en la mano y con el objeto de compensar mi terrible error, le pregunté a mi madre qué podía hacer para que aquel pececillo pudiera subir al cielo con los angelitos. Ella por su parte, me informó lo más suavemente posible, de que según la doctrina católica los animales no iban al cielo. Aquella respuesta creó en mí una pequeña fisura. Fue el germen de una costumbre que arrastro hasta hoy, la de intentar cuestionar hasta mis más férreas creencias. Estoy convencido de que los animales tienen sentimientos, que son capaces de sentir entre otros; el miedo y la alegría. Desconozco si sienten del mismo modo que yo, pero, a fin de cuentas, ni siquiera estoy seguro de que, entre humanos, sintamos de igual manera unos que otros. Dicho esto, no quisiera dar a entender que no sé cuál es el lugar que cada especie ocupa en la cadena trófica. Pero en este tema de los animalicos hay algo que me hace sentir mal, concretamente la falta de respeto que tenemos hacia esos seres vivos, los cuales hemos aceptado que deben existir con el único propósito de nutrirnos. En mi opinión, esa noble labor debería ser pagada con al menos, una vida digna. He de admitir que en más de una ocasión me ha tentado la idea de cortar de raíz con ese sistema de producción alimentaria tan despiadado ¿Cómo? ¿Hacerme vegano? Más bien estaba soñando con montarme mi propia granja.