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Parte de una visión donde la mitología se encuentra con el simbolismo moderno. "La Aurora" no es simplemente el momento del amanecer; es la encarnación de la creación, la transición de la oscuridad a la luz y el nacimiento de la consciencia al despertar de los hombres. La mujer, etérea y poderosa, se alza desde un fondo de sombras tormentosas y cielos ardientes, casi apocalípticos. Su pose es la de una deidad primigenia, una Magna Mater o una versión contemporánea de la diosa griega Eos. El tratamiento de su anatomía, con pinceladas que funden tonos fríos y cálidos –azul, verde, naranja, magenta–, la desmaterializa y la convierte en un fenómeno atmosférico por derecho propio. Esta policromía corporal sugiere que ella no está en el cosmos, sino que es el cosmos. En su mano izquierda, podemos apreciar un cuerpo celeste oscuro, casi una luna nueva o un vacío primordial, simboliza la potencia, lo no manifestado, la materia oscura; en su mano derecha, sostiene una esfera transparente que parece contener un mundo en miniatura, detallado con masas continentales y mares; el locus de la vida, lo manifestado. La obra captura el instante precario de la creación, la tensión entre el Caos y el Kosmos. La elección del óleo sobre tabla es una forma de vincularme con lo tradicional de mi contexto, la paleta que utilice es oscura, dominada por azules profundos y marrones rojizos que se encienden con naranjas y amarillos en el manto que fluye de la figura y con su complementario dividido. Este manto, más que tela, es una cascada de magma y luz, vinculándola directamente con las fuerzas telúricas y celestes.



